La Invasión Libertadora en Colón el 21 de diciembre
Calendario Cubano
  

Diciembre
Nov 1 2 3 4 5
6 7 8 9 10 11 12
13 14 15 16 17 18 19
20 21 22 23 24 25 26
27 28 29 30 31 Ene


El 21 de diciembre en Sagitario
Sagitario

Generalísimo Máximo Gómez
Máximo Gómez

General Antonio Maceo
Antonio Maceo

Referencias
En Guije.com
 Provincia de Matanzas
 Agramonte
 Alacranes
 Arcos de Canasí
 Bolondrón
 Cárdenas
 Carlos Rojas
 Colón
 Guamacaro
 Jagüey Grande
 Jovellanos
 Juan Gualberto Gómez
 Los Arabos
 Manguito
 Martí
 Matanzas
 Máximo Gómez
 Pedro Betancourt
 Perico
 San Antonio de Cabezas
 San José de los Ramos
 Santa Ana (Cidra)
 Unión de Reyes

 Provincia de Las Villas


Iglesia de Cárdenas
Cárdenas

Iglesia en Matanzas
Matanzas

En Colón, Matanzas
Colón

En Jagüey Grande, Matanzas
Jagüey Grande

En Jovellanos, Matanzas
Jovellanos
21 de diciembre
Invasión Libertadora
de José Miró Argenter

• 1895 -

José Miró Argenter en “Cuba Crónicas de la Guerra (La Campaña de Invasión) - Tomo I: Segunda Edición” de la Editorial Lex, 1942, páginas 203-210 describe los acontecimientos del 21 de diciembre de 1895 en la Historia de Cuba:


“Colón”
“Heroísmo de un destacamento español. -Asedio del fuerte La Antilla.”
“-Escaramuzas con la columna de García Navarro. -Marcha de flanco por Colón.”
“-Grave trastorno dentro de las líneas enemigas.”

   “La jornada del día anterior había sido de doce leguas, en lo que respecta a la distancia recorrida de uno a otro campamento, pero las horas de faena, entre las empleada, en la función militar y en el camino, llegaban a quince cabales; de esta manera: cinco horas por la mañana, dos de descanso en la finca la Colmena antes de empezar el debate formal, y diez continuadas después, repartidas entre el campo de la acción y la marcha de noche hasta el Desquite; ruda jornada, en verdad, pero que solo era el prologo de las violentas y reñidas que nos esperaban en el territorio de Matanzas.


   “Al clarear el nuevo día (21 de Diciembre), mientras se organizaba la formación bajo el orden prescrito por el Cuartel General, para en seguida despachar el cuerpo de vanguardia, un grupo de soldados españoles se metió de improviso en el campamento, tratando de alcanzar a otro de los nuestros que salió por las inmediaciones en busca de caballos y comestibles sin la autorización correspondiente. Como en aquellos instantes se retiraban los puestos avanzados, aparte de que el campamento no estaba del todo vigilado, fácil les fue a los perseguidores penetrar por una de sus avenidas y romper un fuego violentísimo al encararse con los primeros grupos que acudían a la formación. Al pronto, pudo creerse que se trataba de fuerzas considerables, de toda una columna que entrara a paso de ataque -tan nutrido era el tiroteo- por lo que el clarín toco a degüello y el machete dio cuenta de los catorce españoles que se arriesgaron a atacar una masa de dos mil hombres armados, aun cuando lo hicieron bajo la convicción de que iban a batir un corto número de insurrectos. Se defendieron heroicamente, de un modo tal, que admirados los cubanos de su arrojo les brindaron la vida que iban a perder, considerando lo inútil de su resistencia; pero fue en vano: ¡murieron disparando sus fusiles! Replegados en un espeso palmar, contiguo a las casas del Desquite, agotaron las municiones. El último de ellos, apoyándose en el tronco de una palma, disparaba el maüser con la furia de una ametralladora. Nunca el follaje que simboliza la gloria, cubrió con más galanura el cuerpo de un héroe que al caer desplomado aquel gladiador debajo de la palma que le servía de escudo (1).


   “Poco después se hicieron dos prisioneros, que voluntariamente ingresaron en nuestras filas. El fuego mortífero de los catorce soldados nos ocasionó 8 bajas. Los dos prisioneros nos manifestaron que todo el grupo pertenecía al destacamento de Jacán. Se dictó en seguida una orden terminante prohibiendo en absoluto la salida de los campamentos sin la autorización expresa del Cuartel General, pues se indagó que el suceso precedente que había dado margen a la acometida de los españoles, con éxito fatal para ellos, pero también desgraciado para nosotros, lo motivó la salida de un piquete de orientales que, yendo a merodear por su cuenta y razón, se metió en la cantina de un asiático, exigiéndole caballos y otras cosas más, el cual avisó al destacamentos de Jacán al marcharse los intempestivos viajeros.


   “Más de dos horas se retrasó la marcha de nuestra columna, porque hubo que curar los heridos, dos de ellos muy graves, y trasmitir a todos los cuerpos la orden que acaba de dictar el general Maceo, de cuyo cumplimiento se hacía responsable a los jefes de los batallones, a quienes se autorizaba para ejecutar sobre la marcha a cualquier individuo que infringiera dicha disposición.


   “Nos esperaba una jornada terrible; íbamos a cruzar por el centro del tablero estratégico, por las dilatadas llanuras de Colón, en donde el ejército enemigo tenía establecidas sus líneas más formidables, y dada la situación que éstos ocupaban, y conocidos los intentos del general Maceo, de pasar a tiro de fusil del observatorio de Colón, de mostrarle a Martínez Campos nuestra caballería desplegada, para dejarlo a retaguardia del invasor y llevarlo a remolque por las llanuras de Matanza: dados estos antecedentes, decimos, la marcha iba a ser de flanco y por consiguiente, la más expuesta, la más peligrosa, la que mayor tino y vigilancia requería, aun cuando de ella no surgieran lances imprevistos, de carácter violento, que provocaran una situación alarmante, o una crisis tremenda que pusiera en peligro la vida del ejército.


   “Dos líneas férreas que partían de Colón, facilitaban cualquier operación ofensiva en aquellas despejadas sabanas: la de Colón a Macagua, y la de Colón a Sabanilla, ambas corrientes y vigiladas por el ejército de Martínez Campos. Teníamos que atravesar irremisiblemente por una de esas dos líneas, o demostrar a la faz del mundo nuestra impotencia. Organizóse la columna en cuatro fracciones, no sólo para reducir todo lo posible su profundidad, sino para rechazar la agresión que se esperaba: tres fracciones marchaban a corta distancia, la una de la otra, paralelamente, y la última a unos mil quinientos metros, con fuertes patrullas de exploración; la impedimenta, que era numerosa, entre la segunda y tercera línea. Durante la mañana, el ataque era de temerse por el flanco derecho, por hallarse a este lado la vía férrea de la Macagua y más próxima a nosotros; después de cruzada esa línea, la acometida era de esperarse por el flanco izquierdo; y más recia que la primera, por nuestra proximidad entonces al Cuartel General de Martínez Campos.


   “El sol caía a plomo; llevábamos caminadas tres leguas, y toda la columna seguía marchando con regularidad por una sabana que tenía aspecto de pradera, en la que se divisaban algunas plantaciones de caña en medio de un arbolado delicioso. El sitio brindaba para echar pie a tierra y descansar media hora. Pero los exploradores de nuestro flanco izquierdo señalaron una casa de mampostería, y salieron a reconocerla con demasiado interés y aparato marcial, para que los prácticos no tuvieran la sospecha de que allí podía refugiarse tropa española. Efectivamente, fueron recibidos a balazos. Armada la refriega, y creyendo el general Maceo que se trataba de una columna parapetada en aquel edificio, con la que hubiera sido de necesidad trabar combate, o variar el itinerario, corrió en auxilio de los exploradores con el regimiento Céspedes, su escolta, los escuadrones de Bayamo y alguna tropa de Matanzas y llegó hasta el mismo patio de donde partían los disparos; mientras el general Gómez con el resto de la división cerraba el camino para defender la impedimenta de cualquier agresión por el flanco derecho. Los que fueron al asalto con Maceo sufrieron los disparos a quemarropa de los defensores del reducto: el ataque nos costó tres muertos y catorce heridos.


   “Quedaron allí algunos grupos, y para socorrer a éstos, en previsión de que pudiera acudir la columna de García Navarro, se situaron dos escuadrones de Las Villas en paraje conveniente, los cuales, a su vez, podían ser reforzados por toda la retaguardia que mandaba ese día el general Sánchez; y adelantóse el centro y la vanguardia por la llanura de Colón para repeler a Martínez Campos, o decidir allí la suerte de la campaña invasora si el enemigo lograba el intento de aprisionarnos entre las dos líneas férreas.


   “El destacamento de la Antilla -que así se llamaba aquella colonia- se defendió con tesón por espacio de una hora, pero los nuestros, con no poco riesgo, dirigidos por Angel Guerra, Dionisio Gil, Silverio Sánchez y algunos oficiales del Estado Mayor del general Maceo, lograron pegar fuego a una caballeriza contigua a la trinchera y a la casa de vivienda, de la que habían partido algunos disparos poco antes de prender el combustible. Los sitiados, escaseándoles las municiones, no todos ilesos, viendo el inminente peligro que corrían de persistir en su actitud, resolvieron rendirse, y pidieron parlamento; pero al ir a pactarse la capitulación, apareció por uno de los caminos transversales (seguramente el camino de la finca al pueblo de Colón), una columna auxiliadora que obligó a los nuestros a levantar el sitio, y salvó a los suyos de una capitulación, de cualquier modo honrosa para ellos, puesto que habían agotado el último cartucho y se hallaban envueltos por las llamas (2).


   “Los dos escuadrones del regimiento Honorato que estaban aguardando en sitio próximo la incorporación de los grupos que asediaban el fuerte, hallábanse prevenidos para rechazar el ataque de las guerrillas españolas, las que siguieron en pos de los sitiadores. Las guerrillas, algo envalentonadas, y no creyendo encontrar un núcleo vigoroso, se echaron por la guardarraya de uno de los cañaverales en persecución del último grupo insurrecto, que no excedía de veinte hombres; pero tuvieron que cejar, con evidente precipitación, al ser acometidas por los escuadrones de Honorato que cerraron con ellas de improviso, y obligaron al jefe de la columna a desplegar sus batallones por el frente de la Antilla, de donde no salió García Navarro sino para practicar un reconocimiento dentro del radio de sus tiradores. El general Serafín Sánchez, que mandaba la retaguardia, acudiendo oportunamente, con una rápida evolución, contuvo el avance de la infantería española y socorrió a los dos escuadrones de Las Villas, al replegarse éstos sobre la primera división.


   “Este último lance nos costó 6 hombres: el total de las bajas en las tres acciones del día fue de 5 muertos y 26 heridos ¡jornada desdichada! y registramos además la baja de un hombre al que se dio por muerto o prisionero porque no concurrió a la lista del día siguiente (3).


   “Por lo visto, el jefe de la columna española no tenía mayor empeño en formalizar el debate, puesto que optó por quedarse en la Antilla cuando el sol fulguraba en el firmamento y nuestra huella era clara, evidentísima. De haberse seguido por el derrotero que tenía ante sus ojos, luchando a ratos con nuestra retaguardia, sosteniendo sus acometidas con los batallones de cazadores que formaban el elemento sólido de su brigada, es más que verosímil, es seguro y evidente que antes de ponerse el sol se hubiera ventilado un formidable combate.


   “Organizada la columna en el mismo orden antes determinado, en cuatro fracciones, casi paralelas, bien cerradas las filas, pero más nutrido el flanco izquierdo, se continuó la marcha por las llanuras de Colón tan pronto regresaron de la Antilla los últimos grupos que asediaban el destacamento. La retaguardia toda unida, se aproximó algo más al centro de la columna para servir de escudo a la impedimenta, custodiada a la vez por dos hileras de infantes, con la orden estricta de coger las acémilas al primer conato de alarma y hacer fuego sobre el enemigo, montados a la grupa. La impedimenta, en este caso, se correría por la derecha, pero desplegada en línea y bajo el amparo de los escuadrones de Las Villas, que acometerían de frente tan pronto aquella caballería improvisada hubiese salvado la distancia oportuna. El intento de nuestros caudillos era presentarle a Martínez Campos una masa enorme de caballería en función impetuosa, amenazando todos los cuadros que aquel pudiera formar con sus batallones, y si no era posible romperlos, desfilar entonces por las espaldas del ejército enemigo forzando la línea de Sabanilla. El ataque sobre nuestra derecha y retaguardia estaba ya eliminado de la combinación general, cualquiera que esta fuese, desde el momento en que García Navarro optó por acampar en la Antilla. Solamente podíamos ser desmembrados por el flanco izquierdo. Como medida previsora se diseminaron pequeños grupos por todo el trayecto que recorría nuestra columna, para que rompieran las escaramuzas al asomar el enemigo por cualquier paraje: la ocultación allí no era posible. En la forma dispuesta, tan bien combinada como obedecida, todo el mundo prevenido, cruzamos la línea por las inmediaciones de Agüica, sin tener el menor tropiezo. Como un buque que dobla un cabo proceloso, batiéndole el mar de costado, pero con las alas desplegadas y la tripulación alerta, así bordeamos el punto temible, lamiendo los arrecifes; pasamos a dos kilómetros de distancia del observatorio de Martínez Campos.


   “El sol iba al ocaso cuando perdíamos de vista la silueta de Colón. En el ingenio Flor de Cuba (si los prácticos no equivocaron el nombre del sitio) hizo alto toda la columna con el intento de pernoctar allí, y ver la manera de orientarnos para la ruta del día siguiente y adquirir informes sobre la situación de las fuerzas enemigas; pero los silbatos de una locomotora, que en aquellos momentos llegaba a la estación más inmediata al lugar, avisando la proximidad de los españoles, o indicando al menos un rumbo probable, nos hicieron desistir de aquel propósito, en mala hora por cierto, porque ello fue causa poco después de un grave trastorno que pudo traernos fatales consecuencias. La segunda línea férrea, o sea la que parte de Colón a Cárdenas, tocando en Retamal y Altamisal, no estaba lejos del sitio donde se hizo alto; y Maceo, en vista de los informes que le dieron los prácticos, se determinó a cruzarla, pero reconociendo antes el paradero del ferrocarril en el que había sonado dicha locomotora; reconocimiento que efectuó personalmente, acompañado de algunos oficiales. Con la obscuridad de la noche y las interrupciones sufridas a uno y otro lado de la vía férrea, nuestra columna quedó partida, y de tal modo, que al volver el general Maceo mandando seguir marcha, una de las dos fracciones tomó por camino distinto, a lo cual contribuyó indudablemente el cansancio de la tropa que durante la espera se quedó dormida, y tal vez el natural temor de algunos oficiales que por no oír una reprensión de Maceo (conociendo su temperamento, en ocasiones demasiado desabrido para con sus ayudantes), no trataron de indagar la situación en que quedaba la retaguardia y una parte del centro, limitándose a repetir la orden de Maceo: ¡Silencio y siga la marcha! El percance no vino a notarse sino dos horas más tarde, casi al tiempo del acampar, en que se vio que faltaban el General en Jefe, su Estado Mayor y escolta, algunos ayudantes de Maceo, toda la retaguardia y parte de las fuerzas que constituían el centro de la columna. El contratiempo no era, sin embargo, de carácter alarmante, desde el momento que se indagó que al frente de las fuerzas que equivocaron el camino se hallaba el general Gómez, pero este dato lo supimos ya muy adelantada la noche, después de no pocas pesquisas, y únicamente al apuntar el alba del nuevo día pudo indagarse el paradero de aquellas fuerzas. Habían acampado en terrenos del ingenio España, y Maceo lo efectuó en otro ingenio llamado Santa Elena: ambas fincas enclavadas en la zona más rica de Matanzas y dentro de un triángulo estratégico, cuyos vértices eran Colon, Cárdenas y Jovellanos. Aunque el grueso enemigo nos quedaba a retaguardia, de todos modos parecía inevitable un rudo encuentro con uno de los dos trozos de la columna, y si el choque se efectuaba en las primeras horas de la mañana nos sería muy difícil restablecer el contacto. Las líneas férreas estaban expeditas, las tropas de Martínez Campos podían ser transportadas en un momento a cualquier punto del itinerario y maniobrar con toda velocidad sobre el eje principal de las operaciones, como un cañón de tiro rápido montado sobre una plataforma movida por resortes. Los pitazos de los trenes ascendentes y descendentes, que corrían y se llamaban por aquellas paralelas, penetraban en nuestro vivac, anunciando tremendos choques para el nuevo día. La jornada había sido de quince horas, como la anterior.


   “(1) Los partes españoles no hicieron mención de este hecho de armas, sin duda porque no acudió ningún jefe de alta graduación a restablecer el combate; pero la historia, siendo justa, debe perpetuar episodios tan heroicos.


   “(2) Se ha dicho que García Navarro fue la providencia para los soldados que defendían "La Antilla", porque les evitó una muerte segura y horrible. Les evitó la capitulación, no la muerte. Al frente del último grupo de los sitiadores estaba el autor de estas Crónicas, con quien se habían entablado las negociaciones para la capitulación, en prueba de lo cual no permitió que le tirasen a un soldado que salió del reducto para ir a buscar agua para los heridos: el soldado hubiera caído redondo, pues a una distancia de diez metros, un gran tirador le tenía encarada la carabina. Aunque el hecho es insignificante, siempre es grato dar a cada uno lo que le pertenece. El estrago que nos habían causado los valientes defensores de "La Antilla ", no habría sido jamás motivo para que no fuesen respetados al rendirse a discreción.


   “(3) Un año después del suceso ¡en día, por cierto, memorable! estando acampados en las inmediaciones del Mariel (5 de Diciembre de 1896), dos días antes de la catástrofe de Punta Brava, un joven español llamado Vázquez, -el primero que acudió a nuestro campamento, contando su vida militar al general Maceo, le refirió, entre otros episodios interesantes, que él había combatido contra nosotros durante la Invasión, en uno de los batallones de García Navarro y asistido al combate que se, efectuó en "La Antilla", habiendo presenciado el hecho asombroso de haber sido atacada la guerrilla, que servía de escolta al general García Navarro, por un negro que salió de improviso de un cañaveral, blandiendo el machete y que descargó sobre uno de los guerrilleros. El insurrecto murió a balazos. ¿Sería el individuo desaparecido? ¿Cómo se llamaba? Unicamente hemos podido indagar que el desaparecido era bayamés. Si hay otra vida superior y en ella las almas heroicas comulgan en los altares de la inmortalidad y del amor, cualquiera que haya sido su existencia acá en la tierra, aunque hayan militado en distintos bandos, el espíritu de ese soldado debe fraternizar con el de su contrincante del "Desquite", el español que cayó debajo de la palma, puesto que los dos fueron igualmente intrépidos, igualmente grandes, y renunciaron a la vida para sacrificarla en aras de lo que creían justo y meritorio.”



| 21 de diciembre |
| Diciembre |
| Calendario Cubano |


Gracias por visitarnos


Última Revisión: 1 de octubre del 2009
Todos los Derechos Reservados

Copyright © 2008-2009 by Mariano Jimenez II and Mariano G. Jiménez and its licensors
All rights reserved